Artículo original publicado por Bill Wirtz el 13 de Abril 2020.
Traducción a de Inglés a Español realizada por Ibidem Group.
Artículo original en Inglés en www.wirtzbill.com
The translation was performed by Ibidem Group.
La solidaridad de la primera respuesta al coronavirus fue increíble. Todo el mundo aplaudía a los sanitarios y los espectáculos de los balcones se difundían a un ritmo vertiginoso por las redes sociales bajo el hashtag #StayAtHome. Casi no había nadie que se opusiera a los confinamientos, y a los pocos que había los empezaron a llamar insolidarios.
Ya han pasado varias semanas desde entonces. En Estados Unidos, los confinamientos son una novedad que no se ha aplicado aún en todo país. El gobierno de China miente más que habla. Solo Europa está demostrando lo que es un confinamiento de verdad.
La situación es para preocuparse.
El miedo, avivado por la sobreinformación y las noticias de última hora, ha sustituido a la solidaridad. Nos invaden las cifras de fallecidos y de nuevos contagiados que, a menudo, se sacan de contexto. ¿La gente muere solo por COVID-19 o por la combinación de coronavirus y otros problemas de salud? Averiguarlo a partir de las noticias que recibimos día a día es bastante difícil. En mi país, hay que leer los artículos hasta el final para enterarse de que la edad media de las víctimas de coronavirus es de 86 años.
Los confinamientos se basan en fundamentos muy cuestionables y han tenido efectos palpables en la sociedad. El escarmiento público está a la orden del día en Internet. #StayTheFuckHome ha echado a patadas a #StayHome y es habitual que los más indignados publiquen fotos de todo aquel atrevido que se digne a aparecer por un parque público:
Piers Morgan, imagen habitual de la televisión británica, reaccionó a una foto llamando “traidores” a los que van a los parques. Un comentario en el que se pedía la pena de muerte para ellos recibió más de 200 likes.
Ejemplos así hay en toda Europa, incluido en Italia, donde los alcaldes no dudan en nombrar con nombre y apellidos a todo aquel que consideren que lo merezca en sus emisiones en directo. Se están creando líneas telefónicas para chivatazos, como si esto fuera la mafia. En un solo fin de semana, las líneas de Londres recibieron ochocientos correos y llamadas. La denuncia pública es ya puro hobby. En Alemania, preocupa mucho la cantidad de llamadas que se acumulan. En Francia, la policía no se puede creer todavía la enorme cantidad de llamadas que surgen del afán de venganza y el resentimiento.
El sociólogo Patrick Bergemann, autor del libro Judge Thy Neighbor, y profesor adjunto de instituciones y estrategia en la Universidad de Chicago, afirma:
«En la Alemania nazi, se estima que el 42 por ciento de las denuncias eran falsas. Las autoridades pensaron en cambiar de sistema, pero finalmente decidieron mantenerlo porque era la mejor forma de que nadie sacara los pies del tiesto».
La creación de líneas de denuncia es una forma oportunista y arriesgada de aplicar la ley porque se basa en el lado más oscuro de la sociedad para imponer reglas. ¿De verdad vale la pena destruir el tejido social para proteger unas leyes sin evidencia científica, difícilmente aplicables o incluso incoherentes? ¿Qué sentido tiene permitir que la gente, incluidos los contagiados, vaya a los supermercados, que se acaban convirtiendo en el local de moda, pero prohibir que vaya a los parques públicos?
Los confinamientos y la aplicación de la ley no son las mejores medidas, pero es que, además, causan un importante daño social a largo plazo. ¿El confinamiento ha sacado a la luz solo a los chivatos por naturaleza o ha sido caldo de cultivo para nuevos chivatos? Probablemente, ambas cosas sean ciertas. “Si quieres poner a prueba el carácter de una persona, dale poder”.
El uso de la figura de enfermeras y médicos para emitir mensajes públicos ha dado la impresión de que los que están a favor de las medidas del gobierno tienen la verdad absoluta. Lo podemos comparar al uso de víctimas de violencia con armas de fuego para defender una política de armas más estricta, de enfermedades víricas para pedir que se regule el uso de cigarrillos electrónicos, de casos trágicos de alcoholismo para luchar por la prohibición del alcohol, o de víctimas del terrorismo para justificar guerras que parecen no tener fin. Al final se acaban tomando decisiones como pollo sin cabeza, favoreciendo el escarmiento público y el comportamiento mafioso, sin que haya detrás políticas concretas.
Es probable que el chivatazo vaya más allá de lo que pensamos. Pronto asomará la cabeza un nuevo mercado negro de fiestas clandestinas, peluquerías secretas o documentación falsa. Como el gobierno restringe la interacción social y la movilidad, aquellos que no están dispuestos a seguir las reglas acabarán buscando la manera de salirse con la suya. Si me preguntáis si lo apoyo o no, me acogeré a mi derecho de no declarar. Lo que es seguro es que, a medida que esta economía sumergida se desarrolle, las autoridades animarán a los ciudadanos a controlar a sus vecinos, familiares y amigos.
En cuanto a los confinamientos, se va a hablar mucho de qué compensa más. ¿Es preferible un colapso económico total y una crisis de deuda pública (que hará que financiemos aún menos los servicios públicos) a que nos confinemos por una simple corazonada? Esto se hace aún más visible si hablamos del tejido social. ¿No son estos comportamientos prueba suficiente de que estamos creando un monstruo?
Los que abogan por estas medidas ignoran sus efectos a nivel social y aceptan que se siembre la desconfianza y, al igual que los que ya actuaron mal en otras crisis anteriores, tienen que rendir cuentas.